martes, 26 de febrero de 2013

CAPITULO PRIMERO - Breve descripción corográfica de San Sebastián

1. En aquella parte de la Cantabria a la cual los antiguos geógrafos romanos llamaron región de los Bascones, los autores del tiempo medio Lipúzcoa (1) y los modernos Guipúzcoa, se mira asentada la célebre población de San Sebastián, denominada también Oeaso, Idanusa, Izurun y Donostia, aun por algunos escritores que han sabido latinizar este último nombre (2), a los 15º y 35' de longitud y a los 48º y 24' de latitud, bajo un apacible clima. El sitio en que se halla fundado este pueblo es una vistosa planicie, que empezando a formarse por el Septentrión al pie de una montaña medianamente elevada, va discurriendo como tiro de cañón a mediodía hasta un paraje donde vuelve a remontarse el terreno con una dilatada colina, que conforme va penetrando e internándose hacia el mismo Mediodía, continúa en tomar mayores incrementos de altura y elevación. Por la parte oriental y occidental cierra dicha planicie el mar Oceáno Cantábrico, que metiendo sus soberbias aguas por dos bocas, forma en la segunda una capacísima bahía o concha, a manera de media luna, cuyas ondas vienen a batirse contra los muros de la ciudad y sus espaciosos arenales; y en la primera, una peligrosa barra, que recibe ansiosa en su profundo seno los cristalinos caudales del río Urumea, llamado así en idioma bascongado, o ya por los utilizados granos que se dice hallarse envueltos en sus arenas lo mismo que en las del Tajo, como asegura Garibay, o ya por lo delicado de sus aguas, el cual río, teniendo su origen en una de aquellas ramas de montes que se desgajan  y arrancan del Pirineo cerca de Arano y Goizueta y van derramándose en cordilleras por el reino de Nabarra y engrosándose con otros vertientes que se precipitan presurosos de diferentes cerros, viene a engolfarse en el piélago, casi pegante al lienzo oriental de la Zurriola, después de haber caminado majestuoso por espacio de algunas leguas y regado las frondosas riberas de Hernani, Astigarraga y Campo de Loyola, en dirección oblicua y tortuosa, y atravesando por bajo de los puentes de Ergobia y Santa Catalina, este último de doscientos venticuatro pasos de extensión (3).
2. De esta manera, no distando entre sí más que un tiro largo de fusil los dos brazos de mar que bañan ambos muros del Oriente y Poniente, viene a reducirse el pueblo, juntamente con la montaña que le hace espaldas por la banda del Norte, a una perfecta península; y produce una perspectiva tan agradable a la vista de los que descienden del camino real de Hernani hacia el pueblo, que éste se presenta a los ojos y a la imaginación a manera de una ciudad flotante y como sostenida en equilibrio encima de las aguas del Oceáno. Una situación tan peregrina lisonjea sobremanera los sentidos de los que miran a la ciudad desde una mediana distancia, como sucedió al rey Felipe III, el cual monarca, cuando vino a San Sebastián el año 1615, quedó parado un rato luego que desde la colina en que está situado el monasterio de San Bartolomé, llamada entonces Pie de Corona, descubrió el casco de la población, según pondera Guadalajara en la "Historia Pontificia", y se detuvo considerando los halagüeños y los deliciosos alrededores que la circundan; y así nada es extraño que los viajeros hayan elogiado tanto lo alegre y risueño del sitio sobre que está colocado San Sebastián, como se ve en Moreri, Martinière y otros historiadores y geógrafos modernos, y aún por eso le grabaron en láminas los autores del "Itinerario de España y Portugal", impreso en Amsterdam en 1656. Contribuye a hermosear más y más esta magnífica perspectiva, la amenidad frondosa de sus inmediaciones, alternando éstas y recreando la vista con la maravillosa variedad  de tantos montes, sierras, collados y llanos, poblados de espesa multitud de plantas y árboles, que casi todo el año se mantienen verdes, llegando a alcanzar los ojos una distancia muy apacible y de muchas leguas.

Sobre todo, no hay imaginación, por fecunda que sea, la cual pueda figurarse, sin haber experimentado antes las admirables vistas que se logran desde el monte que está al Norte de la Ciudad y en cuya cumbre se halla asentado y dominante el Castillo de la Mota, pues no siendo sino de una mediana elevación, se presentan a los ojos, de un golpe, por una parte,la dilatada extensión del Mar Oceáno Cantábrico y seno Aquitánico, desde el cabo Machichaco hasta el cabo Bretón con sus costas; y por otra, toda la jurisdicción de la ciudad, que se reputa de seis a siete leguas, y desde donde se divisan hasta ochocientos o novecientos caseríos, con otros innumerables que pertenecen a los pueblos circunvecinos como Oyarzun, Renteria, Astigarraga, Usúrbil, Guetaria, Deva y de otros lugares marítimos, así de Guipúzcoa como de Bizcaya. Se alcanzan, en fin, desde aquella eminencia del Castillo, el principio de los Pirineos, llamado el monte Aya; diversas ramificaciones de las montañas de Francia, Nabarra y Bizcaya; la mayor parte de la provincia de Guipúzcoa y sus más encumbradas cordilleras, como el Hernio y Aralar, y por último un espacioso horizonte.
3.- Ni es menos agradable el aspecto que presenta lo interior de la ciudad en su figura cuadrilonga. Los edificios que hay dentro de los muros forman con varias direcciones hasta veintiuna calles, entre ellas algunas  bastante capaces y vistosamente empedradas de piedra sillar blanquizca. Todas dichas calles se iluminan de noche con faroles de reverbero lo mismo que los de Versalles y Burdeos, que se componen de tres o cuatro pabilos, según el número de bocacalles a donde dirigen el reflejo. Adornan a la ciudad dos plazas principales: la primera es la que llaman Plaza Vieja y lo es de Armas, en la cual se ejercita la tropa y hace sus maniobras. La Plaza Nueva, aunque no muy grande, pues de largo tiene ochenta y dos varas y de ancho cincuenta y ocho, es pulcra y de armoniosa simetría, siendo su figura cuadrilátera y perfecto paralelogramo. Sobresale en su lado occidental el soberbio edificio de la Casa Consistorial, la cual , sin embargo de no ser en lo exterior del más refinado gusto, por su prolijo laboreo, no deja de hacer gran golpe a la vista, rematando en un tímpano sobre el cual descansan dos corpulentas estatuas que representan la Justicia y la Prudencia con sus atributos, viniendo a reunirse allí dos balaustradas con jarrones que discurren desde los extremos más altos de la fachada. El escudo de armas de la ciudad colocado bajo las dos referidas estatuas,  es de bello mármol blanco, traído a mucha costa desde Génova. Aquí están las magníficas salas de la Ciudad y del Consulado, amueblada esta última exquisitamente con canapés de damasco y paredes embutidas de mármol artificial o estuco, para cuyo mayor ornato sólo faltan se colocasen algunas pinturas alusivas al comercio y navegación, principales ramos a que se extiende la inspección de aquel Cuerpo mercantil. La sala de la Ciudad, que tiene la misma extensión, está también adornada con mapas topográficos de su distrito, arañas de cristal y un gran dosel para el magistrado. Aquí entra también la pública armería para setecientos hombres que se pueden aprontar en un instante, e igualmente la pieza nueva del archivo, ejecutada a mucha costa para depósito de papeles y documentos de la ciudad. Así la Casa Consistorial como las de las otras tres aceras, están sustentadas sobre portales con grandes arcos y columnas áticas. En todo el cuadro, tienen vistosos balconajes, unos dorados, otros pintados, y es grata la sensación que hacen  a los ojos cuando se iluminan, formando con la aparición  de las luces una maravillosa perspectiva. Esta plaza, colocada en el centro de la ciudad, donde en lo antiguo estaban las calles de Amasorraín y Embeltrán, se erigió en el reinado de Felipe V, siguiendo la traza del célebre ingeniero Hércules Torrelli, de quien es también el frontispicio del monasterio de San Bartolomé, y subió su coste hasta 1.016.619 reales plata, sin entrar en cuenta la  Casa Consistorial, que asciende a más de cuarenta mil pesos. El motivo que ocasionó esta nueva construcción  fue por evitar desórdenes que ocurrían en la Plaza Vieja entre gente de guerra y paisanos en los públicos espectáculos, y también el de hallarse la antigua Casa Consistorial y la del Consulado en un paraje incómodo, cuales el vasto edificio que al presente ocupa la lonja de fierro y los almacenes de la Compañía de Filipinas.
4. Hay también dentro de la Ciudad otros notables edificios, entre ellos el palacio de los Marqueses de Mortara, donde se alojaron Carlos V y Felipe III y IV; el de los Marqueses de San Millán y Condes de Villalcázar, mereciendo este último particular atención por su despejado frontispicio. Ni es de omitir el disforme promontorio de la casa llamada vulgarmente de Perú, hecha el año 1536, en la calle Mayor, por Juan Martínez de Oyaneder, obra que da una idea la más caprichosa y donde se reconoce el genio de nuestros antepasados a todo lo que era hacer respetables sus edificios, aunque fuese con la pensión de vivir entre luces y tinieblas. Todas las casas de San Sebastián son generalmente elevadas de tres y cuatro altos, lo que causa alguna oscuridad en las calles. Son poco anchas, pero de mucho fondo. Fuera de los muros se registran también hermosas quintas y casas de campo, amenizadas con jardines artificiales y otros objetos deliciosos, propios de los moradores de la campaña. Sobresale entre todas la de los Marqueses de Roca-Verde, modernamente ejecutada, y hay también otras buenas en sus inmediaciones.
5. El terreno sobre que está erigida la ciudad así como sus contornos, es sumamente arenisco y se encuentra poca greda, de donde resulta no haber lodos cuando llueve, que suele ser con exceso, tanto en las calles como en los públicos caminos y paseos, sucediendo al contrario que en otras partes, que cuanta más agua caiga, quedan más limpios, porque las arenas que no se pegan al suelo por su aspereza, las arrastran consigo las impetuosas corrientes que corren por las calles y caminos, y donde han llegado a formarse charcos y balsas, al instante se evaporan con los golpes del viento y calor del sol.  De aquí proviene tambien, que generalmente las aguas de San Sebastian sean blandas y endebles, exceptuando aquellas que manan de pizarra ó peña viva, bien que no por eso dejan de ser sanas, aunque parezcan algo jaudas y desagradables al paladar, especialmente la de la fuente principal de Morlans, que está en la Plaza Vieja y viene á la Ciudad por un dilatado acueducto en que se reunen varios manantiales, y la que llaman del Chofre, y se halla entre frondosos árboles, como la otra fuente de Daphne en el mejor paseo de la Ciudad misma. De aquí es tambien, que el terreno de San Sebastian sea muy á propósito, por ser quebradizo, para cualquiera género de plantaciones que apetecen suelo arenisco, como naranjos y otros agretes, tanto que aunque en el dia está abandonado el cultivo de este ramo de vegetales ácidos, consta que en tiempos anteriores se hacia tráfico con sus frutos, enviando á Francia barcos cargados de ellos en retorno de otros géneros que venian de allí, segun se verá despues; pero ahora se hallan pocos árboles de esta especie, y solo se encuentran algunos en las huertas pegantes á la raíz del Castillo, y se arrancaron otros muchos cuando de orden del Consejo de Guerra se demolieron varias de dichas huertas, que ocupaban la falda meridional del Castillo mis mo, porque no hiciesen estorbo á las fortificaciones, bien que todavía permanecen sus vestigios.

HISTORIA DE SAN SEBASTIÁN (CAMINO Y ORELLA)

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