CAMINO Y ORELLA


Breve descripción corográfica de San Sebastián - I

1. En aquella parte de la Cantabria a la cual los antiguos geógrafos romanos llamaron región de los Bascones, los autores del tiempo medio Lipúzcoa (1) y los modernos Guipúzcoa, se mira asentada la célebre población de San Sebastián, denominada también Oeaso, Idanusa, Izurun y Donostia, aun por algunos escritores que han sabido latinizar este último nombre (2), a los 15º y 35' de longitud y a los 48º y 24' de latitud, bajo un apacible clima. El sitio en que se halla fundado este pueblo es una vistosa planicie, que empezando a formarse por el Septentrión al pie de una montaña medianamente elevada, va discurriendo como tiro de cañón a mediodía hasta un paraje donde vuelve a remontarse el terreno con una dilatada colina, que conforme va penetrando e internándose hacia el mismo Mediodía, continúa en tomar mayores incrementos de altura y elevación. Por la parte oriental y occidental cierra dicha planicie el mar Oceáno Cantábrico, que metiendo sus soberbias aguas por dos bocas, forma en la segunda una capacísima bahía o concha, a manera de media luna, cuyas ondas vienen a batirse contra los muros de la ciudad y sus espaciosos arenales; y en la primera, una peligrosa barra, que recibe ansiosa en su profundo seno los cristalinos caudales del río Urumea, llamado así en idioma bascongado, o ya por los utilizados granos que se dice hallarse envueltos en sus arenas lo mismo que en las del Tajo, como asegura Garibay, o ya por lo delicado de sus aguas, el cual río, teniendo su origen en una de aquellas ramas de montes que se desgajan  y arrancan del Pirineo cerca de Arano y Goizueta y van derramándose en cordilleras por el reino de Nabarra y engrosándose con otros vertientes que se precipitan presurosos de diferentes cerros, viene a engolfarse en el piélago, casi pegante al lienzo oriental de la Zurriola, después de haber caminado majestuoso por espacio de algunas leguas y regado las frondosas riberas de Hernani, Astigarraga y Campo de Loyola, en dirección oblicua y tortuosa, y atravesando por bajo de los puentes de Ergobia y Santa Catalina, este último de doscientos venticuatro pasos de extensión (3).

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